A solas ante el Universo

A este lado del muro

El año 2018 auguraba grandes aventuras y grandes cambios para mí. Simplemente lo sabía, lo intuía. Atrás quedaba un 2017 tumultuoso, como muchos altibajos, choques culturales, piedras en el camino, y, sobre todo, mucho aprendido. Sobre mi trabajo, obviamente, pero también sobre EE. UU., y sobre los más y los menos con los que la gente vive en esta parte del mundo.

Empezamos este 2018 que tantos cambios traería, viajando. Este fue un viaje a lo largo de la frontera de EE.UU. con México desde Tucson hasta San Diego. Cogimos la autopista I-10, que lleva a Phoenix, y a mitad de camino entre Phoenix y Tucson dimos un giro al oeste cogiendo la autopista I-8. La I-8 nos llevaría hasta San Diego paralelamente a la frontera con México por uno de los desiertos más áridos del mundo. Hasta la misma entrada de San Diego no se sentiría la cercanía del mar. Primera parada para comer y beber agua. En las carreteras de EE.UU. hay muchos lugares con merenderos, baños y fuentes donde se puede parar a descansar. Eso sí, había un cartel muy claro: “cuidado con la vida salvaje”. Y mostraba el dibujo de una serpiente y un escorpión… Fuimos a beber agua, y ay nuestra sorpresa cuando nos dimos cuenta de que estaba salada… ¡arg! Estamos en el desierto de Arizona, y la naturaleza lucha constantemente para matarte si puede: calor, sequedad, osos, serpientes, coyotes, jabalinas, escorpiones… y un largo etcétera.

Siguiendo el camino hasta San Diego, después de cruzar la frontera entre Arizona y California, donde en verano se llegan tranquilamente a los 50 grados, empezamos a ver dunas a los dos lados de la carretera. No había visto unas dunas tan grandes desde que estuve en el desierto del Sáhara. Mirando hacia el sur, al fondo, se veía el famoso muro que separa México de EE.UU. No podía parar de imaginarme las condiciones en las que tiene que vivir la gente al otro lado, para decidir jugarse la vida intentando cruzar el muro, atravesando a pie este árido y mortífero  desierto durante varios días. Pero de momento, voy a empezar por contarles la historia bonita de cómo es la vida a “este” lado del muro. Dentro de unos capítulos, ya les contaré cómo es la vida al “otro” lado.

dunas
Dunas en la frontera entre EE.UU y México

Después de atravesar unas curvas a través montañas pedregosas durante más de media hora, avistamos San Diego al fondo. Lleno de casitas bonitas en montañas rodeadas por palmeras y por un verdor espectacular. Nos quedaos en un Airb&b en un barrio normalito de la ciudad. 90$ la noche por un estudio mínimo, con una habitación muy básica y un baño mínimo sin puerta.

Al día siguiente fuimos a explorar la ciudad. Hicimos la primera parada en Conrado. Una especie de península conectada por un puente gigante con la ciudad, dentro de la cual se dibujaba la bahía de San Diego. Conrado es un despilfarro de casas ultralujosas mirando a la bahía, o hacia el océano Pacífico, en frente de una playa kilométrica. Fuimos primero a la bahía, desde donde se veían los rascacielos del downtown de San Diego. Había barcos para turistas, gente pescando, aviones volando por encima, pájaros revoloteando y comiéndose las migajas que la gente iba dejando por el suelo… en verdad era como una postal de ensueño.

conrado
Conrado
gaviotas
Playa de Conrado

Por la tarde fuimos a la playa al otro lado de la península, que daba al océano Pacífico[1]. En la playa se celebraba una boda como las de Hollywood. ¿Cuánto habrán pagado para venir aquí a casarse? Menudo negocio el de las bodas, en EE.UU. y en todas partes… y pensar que sólo un par de millas más al sur siguiendo esa playa hay gente en la extrema pobreza que se juega la vida intentando pasar la frontera por el mar…

Al llegar cerca del agua, había gaviotas revoloteando todo el rato, que salían corriendo cuando llegaba una ola. Había otras que durante el vuelo tiraban algo al suelo. Me pareció muy curioso, ¿para qué iban a gastar su energía en tirar cosas mientras volaban? Unos minutos más tarde me di cuenta que lo que tiraban desde el aire eran unas conchas cerradas que recogían de la playa, y lo hacían para romper la cáscara y comerse el pobre bicho que vive dentro. Qué ingeniosas las gaviotas. Esa tarde fuimos a ver la puesta de sol a un acantilado. Abajo había una playa donde algunos surferos con el traje de neopreno intentaban desafiar a las olas. Al horizonte se veían algunas nubes enrevesadas que parecían querer comerse al sol en el horizonte. Creo que en algún momento lo consiguieron, dejando un rastro de sangre en el horizonte.

 

 

horizonte
El atardecer de San Diego

 

 

 

surferos
Surferos y el atardecer

 

Al día siguiente fuimos al parque Balboa, donde está el zoo de San Diego. Es un parque espectacular si no has estado en El Retiro de Madrid, si no, es tirando a normalito. Eso sí, había actuaciones de mimos y artistas a cada paso, y una multitud de gente deseando pagar los más de 50$ que vale la entrada al zoo.

Por la tarde fuimos a pasear por La Jolla, donde estuvimos viendo las focas gigantes acostadas en la playa, y las olas que rompían contra el rompeolas. Allí buscamos un café para escribir una entrada de mi blog, concretamente esta: https://elenamanjavacas.wordpress.com/2018/01/14/a-solas-ante-el-universo-2/.

Con eso concluía nuestro viaje exprés a la ciudad fronteriza de EE. UU. que recibe más inmigrantes al día. La vida de este lado parecía idílica: el sol, la temperatura ideal, una ciudad cuidada y verde, millones de atracciones (si tienes el dinero para pagarlas…).

Si me siguen leyendo, en un par de capítulos les contaré cómo es la vida al otro lado del muro. Ojalá les ayude a entender por qué la gente se juega la vida emigrando del país que, con menor o mayor suerte, les fue dado al nacer.

[1]Siempre me pareció un ironía lo de que el océano Pacífico se llame “pacífico”

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