El día de Navidad hace un año por fin sucedía el esperado lanzamiento del telescopio espacial James Webb. El telescopio llamado a romper el techo de lo que hasta hace poco conocíamos en todos los campos de la astronomía. Después de varios retrasos de última hora, acumulados con otros retrasos desde 2018, al fin sucedió. Ese día, aunque no había sido nos lo hubiéramos imaginado debido a la pandemia, fue uno de los más emocionantes que recuerdo. En esta entrada del blog de entonces os relato minuto a minuto cómo vivimos en Baltimore este día histórico.

Os estaréis preguntando, después de ese pico de adrenalina, ¿qué ocurrió? En realidad, el lanzamiento fue el primer paso crítico a realizar de una serie de operaciones altamente delicadas, en las que si cualquiera de ellas fallaba, aún podíamos quedarnos sin telescopio. Durante el primer mes de Webb en el espacio, el telescopio se dirigió camino a su destino final, el punto L2 desde donde realiza sus observaciones. Durante este primer mes, se fueron encendiendo y enfriando los instrumentos de a bordo en el telescopio, los ¨cerebros¨ sin los cuales la luz recogida por el telescopio no valdría absolutamente para nada, porque no podría ser interpretada. Para los astrónomos que estábamos encargados de la puesta a punto del telescopio, este primer de vida fue relativamente tranquilo, ya que primero los instrumentos tenían que alcanzar su temperatura ¨nominal¨. Eso son -235 ºC[1] para el caso del instrumento NIRSpec para el cuál yo estoy trabajando.
Desde el lanzamiento del telescopio hace un año, hasta el final de la puesta a punto el 28 de junio, se ha monitoreado el telescopio y sus instrumentos de manera continua en tres turnos al día de 8-9 horas, durante los siete días de la semana. Eso hace un total, nada más ni nada menos, de 540 turnos. Después del primer mes de vida del telescopio, los astrónomos empezamos a ponernos manos a la obra en la puesta a punto del telescopio y sus instrumentos. Eso empezó a significar bastante pronto hacer unos cuantos turnos de noches al mes y también algunos turnos de mañana que nos hacían levantarnos a las 5 de la mañana. Eso incluía por supuesto fines de semana y festivos. En total llegamos a hacer entre 20 y 70 turnos en total por persona, y en paralelo había que ir haciendo el análisis de los datos que iban llegando, una vez los instrumentos llegaron a su temperatura de operación. Había algunos turnos en los que sólo había que asegurarse de que NIRSpec estaba ¨nominal¨. Otros en los que había que monitorear que las observaciones que se iban haciendo ocurrieran según lo esperado. Y otros en lo que de repente una casilla en la pantalla se ponía en rojo. ¡A temblar! Ahí empezaba la acción. La casilla roja significaba que algo no había salido bien y había que llamar a los ingenieros y másters del instrumento para ver cómo debíamos proceder. En este caso, a diferencia de cuanto ocurre un problema en un instrumento instalado en un telescopio en tierra, como cuando era astrónoma de soporte en los telescopios Keck de Hawaii, aquí no había prisa para intentar solucionar el problema. Eso se debe a que prima entender lo que ha pasado en profundidad suficiente para arreglarlo e intentar que no vuelva a suceder en el futuro. Esto es particularmente importante porque si algo se estropea definitivamente en un telescopio espacial situado en L2 es casi imposible arreglarlo. Sí, hasta ahora no somos capaces de enviar un astronauta a L2 con un destornillador. Así que más vale que el arreglo se haga muy a conciencia. Fue increíble compartir las experiencias de los seis meses de puesta a punto con un montón de compañeros desmesuradamente implicados e inteligentes. Y también con una de las españolas que resulta ser uno de los cerebros de la misión, además de una persona increíble y motivadora, Begoña Vila.

Si tengo que mencionar un día de los largos seis meses de puesta a punto que quedará para siempre en mi memoria, ese es el día que vimos la primera imagen del telescopio después de acabar el alineamiento de los espejos. Ya sabíamos al menos que el telescopio y NIRCAM, el instrumento usado para el alineamiento, ya habían visto los primeros fotones. Eso era una buenísima noticia, porque significaba que todos los componentes del telescopio y del instrumento parecían estar en su lugar, lo cual no es trivial después de un lanzamiento. Recuerdo estar en un turno de mañana de mitad de marzo, cuando Marshall, el líder del equipo de alineamiento del telescopio, llama nuestra atención a través del audio. De repente empezó a compartir en la pantalla grande el MOC (Mission Operations Center o centro de operaciones de la misión), donde realizábamos los turnos todos los subsistemas del telescopio juntos, una imagen. La primera imagen del telescopio espacial James Webb. En verdad tuve que observarla durante varios minutos para verdaderamente aprecian cuán perfecta era, y la cantidad de objetos débiles y minúsculos con forma de lenteja (galaxias) que se apreciaban en ella. Casi seguro la mayoría de ellos nunca vistos antes por ningún otro telescopio. Fue sobrecogedor. El hecho de ser consciente de que estás viendo por primera vez algo que nadie ha visto antes es simplemente sobrecogedor, increíble, extraordinario. Me sentí la persona más afortunada del planeta. Y lo peor es que no podía compartirlo fuera del equipo que trabajaba en la misión. Días después, NASA por fin hizo pública la imagen y pudimos compartir nuestro entusiasmo con el resto del planeta.

Otro día destacable fue el día el 28 de junio, cuando finalmente se acabaron los seis meses de puesta a punto. Fue una sensación muy rara. Llevábamos dedicados en cuerpo y alma a los turnos desde enero, y habían pasado tantas aventuras… ahora de repente ya habíamos acabado de probar y de hacer funcionar todos los modos de observación de cada uno de los instrumentos. Creo que nos quedamos con una sensación de vacío parecida a cuando acabas la carrera en la Universidad, o defiendes la tesis. Te imaginas ese día de muchas maneras, pero casi seguro que va a ser diferente. También creo que sentimos un poco de miedo por ver cómo iban a ser nuestras vidas y nuestro trabajo a partir de ahora. Lo cierto es que la puesta a punto del telescopio nunca acabará mientras el telescopio siga vivo, pero el hecho de terminar ese periodo tan estresante nos dio una sensación muy rara entre pánico y liberación.
Finalmente, el 14 de julio, Joe Biden and Kamala Harris mostraron las primeras imágenes del telescopio James Webb en una conferencia de prensa especial. Aunque nos hicieron esperar más de una, las imágenes que vimos definitivamente nos dejaron anonadados. Especialmente, después de comparar estas imágenes hechas en pocas horas por Webb, con imágenes que habían llevado días en ser tomadas con el telescopio espacial Hubble, y que aun así son órdenes de magnitud menos profundas que las de Webb. Podéis ver la comparación vosotros mismos aquí (moved las flechitas a izquierda y derecha para comparar).
Casi seis meses después del final de la puesta a punto, tengo la tremenda fortuna de seguir trabajando en la calibración de NIRSpec, uno de los instrumentos más solicitados por la comunidad astronómica. Trabajar en este proyecto no deja de emocionarme y sorprenderme cada día por la ciencia que estamos siendo capaces de llevar a cabo. Y esto no ha hecho más que empezar. Gracias al perfecto lanzamiento por el cohete Ariane 5 de la Agencia Espacial Europea hace un año, hoy sabemos que Webb tiene combustible para al menos 20 años. Ojalá tenga la suerte de estar tanto tiempo en esta misión, porque me considero la persona más afortunada del planeta. ¡Larga vida a Webb! (¡y Feliz Navidad!)
[1] Nota curiosa: la temperatura de NIRSpec está solamente 38ºC por encima del llamdo ¨cero absoluto¨, la temperatura más fría alcanzable en el Universo.