A solas ante el Universo

La “Europa” de EE.UU.

            La primera vez que recuerdo oír mencionar las Montañas Rocosas fue en unos dibujos animados que me gustaba ver cuando era pequeña: “Rocky y Bullwinkle”, que eran una ardilla voladora rara y un alce un poco despistado. En realidad, casi no recuerdo la historia de esos dibujos animados, pero sí recuerdo que apenas conseguía verlos en algún canal extraño que a veces se veía y a veces no, y a veces se veía entre puntos negros y blancos porque “el aire soplaba mucho”. O eso me decían. Después ya no volví a oír hablar de ellas hasta que me hice mayor y me vine a EE.UU. Ahí volví a oír hablar de las famosas Montañas Rocosas por todos lados otra vez.

 

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Rocky y Bullwinkle

 

En diciembre de 2017 acompañé a Nico durante unos días en su viaje de trabajo a la ciudad de Boulder, en el estado de Colorado, a 2 escasas horas en avión desde Tucson. Justo estaba con un resfriado horrible que no me dejaba respirar, y probablemente la peor idea en ese momento era subirse a un avión. Sobreviví al viaje de ida a Denver, a una escasa hora en coche de Boulder. Aunque aterricé de noche, desde luego, la ciudad se veía ya muy diferente a Tucson, y a Arizona en general: unas autopistas anchas y bien cuidadas, sin baches. No está mal teniendo en cuenta que el salario medio en Boulder es un 20% más alto que en Arizona. Casi todos los coches eran nuevos y la ciudad parecía en general bien cuidada (desde lejos), y ¡había autobuses!. Alquilamos un coche en el aeropuerto, porque, aunque Boulder sea una ciudad estilo “europeo” de EE.UU. no quita que se necesite el coche para todo. Al poco rato de llegar al Airb&b mi garganta empezaba a resecarse por la falta de humedad y la calefacción. ¡Ay, la calefacción! hacía tanto tiempo que no la necesitabade verdad. No porque hiciera “pelete” o “rasquilla”, sino porque ¡o la pongo o me congelo! Probablemente desde que vivía en Heidelberg, hacía ya más de 2 años.

Al día siguiente, previo paso por la farmacia para hacer aprovisionamiento de medicamentos para el catarro, fuimos a tomar un brunch, a un sitio de los recomendados en todas las guías. Efectivamente el sitio parecía muy europeo, ¡hasta tenía croissants! El local tenía mesitas pequeñas y muy monas de madera, muy al estilo francés. Desgraciadamente estaba llenísimo, y después de comprobar que en la cola había más de 15 personas esperando, decidimos irnos al sitio de enfrente. Que total no tenía tan mala pinta. Un sitio también muy hípster, con mesitas de troncos de árbol cortados. La carta no era tan hípster: bacon, bacon, bacon, patatas fritas, huevos revueltos con más bacon y bagels. Es lo que hay. Al lado se nos sentó un grupo de 10 o 15 chicas un poco escandalosas que parecían de una sorority o fraternidad. Todas vestidas con pantalones cortos (¡en pleno diciembre!), y con una sudadera con capucha de la Universidad de boulder, por supuesto. Todas rubias, pelo liso y delgaditas. Si alguna vez vi la clonación, fue ese día. Era curioso que el resto de etnias que existen en EE.UU. no estaban representadas en aquel grupo de niñas de la universidad… sólo una observación, saque sus propias conclusiones.

Para ser el mes de diciembre, nos hizo un día genial de sol. Paseamos por el centro de Boulder, donde hay una o dos calles peatonales abarrotadas de gentre y llenas de tiendas artísticas y librería que me recordaban de alguna manera a Heidelberg. También había un payaso haciendo una actuación en medio de la calle y gente moviéndose en bicicleta por todos lados. Todo esto puede que os suene familiar y hasta “normal”, pero amigos, para mí en aquel momento fue casi teletransportarme a una ciudad europea, teniendo en cuenta que en la gran mayoría de las ciudades de aquí no se puede (¡y a veces no se debe!) pasear por las calles.

Al día siguiente por fin fuimos a visitar las famosas Montañas Rocosas de más de 4000 m de altitud. A mi resfriado no le había sentado muy bien el paseo en el frío del día anterior, pero ¡no podía dejar de ir a las Montañas Rocosas! Había algunas carreteras que estaban cerradas por exceso de nieve, pero no todas, así que llegamos sin problema hasta el centro de visitantes. A partir de ahí podíamos hacer algunas caminatas, aunque hacía un frío y un viento que se te metía por todos y cada uno de los poros de la piel. Caminando sobre varios centímetros de nieve, fuimos a ver un lago, que estaba completamente helado y sobre el que se podía caminar, ¡aunque mejor ni intentarlo! Más abajo había un riachuelo por el que corría el agua, con la superficie también congelada, salvo la parte más central. En un descuido, nos quedamos sin agua. Aunque hacía frío, el ambiente era muy seco y el cuerpo pedía agua constantemente… ¡oh, de nuestra sorpresa cuando vimos que de ninguna de las fuentes ni de los grifos salía agua! ¡todas las tuberías estaban congeladas! No se podía esperar otra cosa en las Montañas Rocosas en diciembre… eso sí, lo que no vimos fue alces y ardillas. ¡En esa época del año espero que estuvieran bien escondidas!

 

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Río helado en el parque de las Montañas Rocosas
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Montañas Rocosas

 

Con tanta aventura mi resfriado fue muy a peor en aquellos días… el vuelo de vuelta a Phoenix es de los peores que recuerdo en los últimos años. Especialmente el aterrizaje y las horas de después, ya que la congestión y la diferencia de presión me había dejado totalmente sorda. ¡Creo que nunca me he sentido más cerca de una persona sorda en mi vida! Afortunadamente, al levantarme el día siguiente ya podía oír otra vez…

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