A solas ante el Universo

Cómo sobrevivir en el lejano oeste II

Siempre me había considerado a mí misma una persona persistente. De hecho siempre había pensado que si tenía alguna cualidad que humildemente me identificaba, esa era la persistencia. Persistencia para dar lo mejor de mí misma en el instituto y sacar buenas notas. Persistencia cuando con 16 años tuve la suerte de ir a la Ruta Quetzal· y sobrevivirla (un día hablaré de eso). Persistencia para que mi padre me permitiera ir a la Universidad. Persistencia para pasar mis veranos estudiando Y trabajando a tope para acabar la carrera de Física en 5 años. Persistencia para sacarme un doctorado en un país extranjero, con un supervisor que no ayudaba y otro que me desayudaba. Persistencia para aprender alemán mientras tanto. Persistencia para seguir haciendo investigación a pesar de las zancadillas de la vida… Sin embargo, no APREHENDÍ*, lo que realmente significante el verbo persistir hasta que me mudé a EE.UU.

Aquél mi primer día de trabajo comenzó desde luego con el pie izquierdo. Volví a levantarme comida en picaduras, en aquella cama que lo mínimo que me producía era repulsión, siendo escueta en palabras. Había quedado con mi nuevo jefe, D., así que me levanté, me pegué una buena ducha, y me fui hacia mi nuevo instituto dispuesta a contarle a mi jefe mis peripecias en este lugar en el que se me había ocurrido mudarme. Mi jefe fue muy comprensivo. Me recomendó que me largara ya mismo de ese lugar y que me marchara a un hotel (muy bonito) al lado del campus. Él iba a escribir una carta a la universidad para echarme una mano con los costes del hotel, a pesar de que, salvo excepciones, la universidad sólo cubre los moving costs hasta el momento que uno aterriza en Tucson. A partir de ahí, que Dios te ampare.

Esa misma mañana fui a Urgent Care, el médico de urgencia, para que me confirmara que esas picaduras eran de chinches y me diera algo para la terrible hinchazón de pies y quizá antibiótico, ya que esas picaduras se me habían puesto de un color morado-marrón muy extraño. Aunque la atención fue buena, me hicieron esperar más de 1h, y por supuesto antes de salir me pasaron la correspondiente factura, que ascendía a ¡170$! ¿170$? Todo porque la enfermera me invitó a entrar, me pesó y me tomó la tensión. La doctora SÓLO me miró las picaduras, ni me tocó, y me hizo la receta de las medicinas. Eso fue todo. Además, para comprar las medicinas, tenía que ir a una farmacia a las afueras del campus, la más cercana estaba a 2 millas (40 min a pie) ¿cómo narices iba a irme caminando hasta allí conforme tenía las piernas y con 40ºC afuera? El mundo se me venía encima sólo con la idea de caminar hasta allí… menos mal que estaba Theodora para salvarme… Esa tarde, ella misma me llevó en coche hasta la que ya era mi antigua “casa” para recoger mis bártulos y llevármelos al hotel, aún a riesgo de que los chinches se me hubieran pegado a las maletas y se le pudieran pegar al maletero. Afortunadamente, eso nunca ocurrió. Esa noche al fin, pude dormir en una cama grande y limpia… me sentía como en el paraíso… Aun así, por supuesto no podía bajar la guardia, y la idea de que todos esos chinches se me hubieran pegado a alguna parte me atormentaba, así que, decidí lavar TODA la ropa que tenía en las maletas a la temperatura más alta que diera la lavadora del hotel y secarla igualmente a altísima temperatura. Parece ser, que aun así, puede que los c@#∞÷¬∞∞ de los bichitos sobrevivieran. Tiré a la basura las maletas y me compré unas nuevas. Me dio muchísima pena, ya que una de ellas apenas la había estrenado en el viaje… pero no podía arriesgarme.

Tucson_noche
Bonito anochecer de Tucson

Y ahora es donde entra el juego la persistencia. Por supuesto, ni a los adolescentes que atendían “la recepción” del apartamento de los chinches (así lo llamo desde entonces), ni por supuesto a su jefa, les hizo nada de gracia el hecho de que me hubiera largado del apartamento. De hecho me acusaron a mí de haber introducido los chinches y me recordaron, además, muy “amablemente” que el mes de septiembre se acercaba y que debía pagar el alquiler del mes. Por supuesto, esta gente estaba lejos de querer devolverme los 2000$ que ya les había pagado entre depósito y primer mes de alquiler. Les escribí varios emails insistiendo en que quería mi dinero de vuelta, pero se negaron en rotundo. Si me conocéis, y si no también, podéis haceros la idea de la mala uva, por decirlo de un modo suave, que se me puso cuando me dijeron todo esto. Hasta entonces, en todos los apartamentos en que había vivido en Europa, mis caseros habían sido de lo más razonables, y si algo no iba bien, bastaba con hablar con ellos para encontrar un punto razonable. En EE.UU. eso no funciona. Aquí se tira la piedra, se esconde la mano, y se jura por tus muertos que tú no lo hiciste. Da igual si es verdad o mentira. Total, tus muertos están muertos. Lo importante es maximizar la función “a ver cuánto dinero saco”.  Esa es la base de todo en este país. Así que, intentando solucionar todo sin ayuda, los siguientes días me dediqué a estudiarme todas las leyes de alquiler de viviendas en Arizona, nada divertido, sobre todo teniendo en cuenta que todo está escrito en “lenguaje de abogados” (en inglés, claro). Finalmente, después de varios días pensando en la mejor solución, decidí contactar un bufete de abogados. Por 35$ podías consultar tu problema con un abogado durante 30 min. Al menos con el abogado sí que tuve suerte. Hizo un esfuerzo titánico por entender lo que le estaba contando, por teléfono con mi acento español y bajo la situación de nerviosismo en la que me encontraba durante esos días. Además no me cobró nada del tiempo extra que hablamos. Pensé: “alguien con alma en este salvaje oeste, ¡por fin!”. Siguiendo los consejos del abogado, escribí una carta a la empresa que lleva la gestión de mi antiguo apartamento amenazándoles de que si no me devolvían hasta el último dólar que les pagué, les demandaría. Eso sí, el abogado me advirtió de que si aceptaban, aunque sólo fuera devolverme una parte de lo que yo había pagado, agarrara mi dinero y corriera. Demandarles implicaría pagar al menos otros 2000$ por mi parte en abogados, sin ninguna garantía de ganar el juicio. Esto es como jugar al póker. La buena noticia es que la táctica del abogado funcionó, y gané la partida de póker. Eso sí, el cheque con el dinero tardaría en llegarme 4 semanas más…. Mientras tanto, no podía quedarme descansando, en EE.UU. esa palabra no está en el diccionario, y tuve que ponerme además a la búsqueda intensiva de un nuevo apartamento y por supuesto de coche… otras dos odiseas, sobre todo la segunda, que se complica siendo mujer… porque claro está, que si eres mujer y vas buscando comprar un coche sin la compañía de un hombre eres presa fácil para aquellos que te quieren sacar el dinero…

* Aprehender: asimilar conocimientos sin necesidad de estudiar, interactuando con el ambiente.

2 respuestas a «A solas ante el Universo»

  1. Un abogado con alma…eso no existe…en España está ocurriendo un poco así de un tiempo a esta parte, nadie es responsable de nada, se tira la piedra y se esconde la mano…y lo peor de todo, todo se judicializa y se demanda por todo…¡oh mora, oh tempores! que diría aquel.
    Besos desde la nieve…

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    1. Bueno, probablemente no la tuviera, pero a mí al menos me ayudó mucho en ese momento, lo que agradecí muchísimo. Una pena que las cosas parezcan tender al modelo de EE.UU., porque de verdad que aquí la moralidad y los valores están por los suelos. Lo único que importa aquí es: 1/ hacer dinero a toda costa 2/ que no te demanden.

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