A solas ante el Universo

Hogar, dulce hogar

Y por fin llegó esa época del año que tanto odio y tanto me gusta a su vez. Especialmente a finales del año 2016, después de haber sobrevivido, literalmente, sobrevivido, a 4 meses en Arizona. Estoy hablando, obviamente, de las navidades. Desde que dejé de ser una niña y perdí la ilusión de recibir regalos de los Reyes Magos (eso pasó bastante ante de dejar de ser una niña), no me han agradado especialmente esas fechas. Habitualmente significaba comer como pollos de engorde para no llevarte la bronca de la abuela o de tu madre, desde el día 24 de diciembre, o antes, hasta el día 6 de enero, en el que el roscón de Reyes te sale ya por las orejas. Además, conforme fui creciendo, los regalos comenzaron a disminuir, aunque tampoco me importaba mucho que me dejaran de regalar el típico pijama de felpa… en resumen, desde que llegué a la edad “adulta”, casi lo único bueno de las navidades es el jamón y que tenemos vacaciones. Y es que hasta la Universidad de Arizona, donde la palabra vacaciones es casi tan tabú como hablar del peluquín de Trump, cierra 8 días durante este periodo y te “regala” esos días de vacaciones, (modo ironía on) ¡gracias Universidad de Arizona! (modo ironía off).

Estando así la situación, he de confesar, que ese viaje de más de 24 h en avión antes de navidad para visitar mi lugar de La Mancha natal me hacía bastante ilusión. Así que previo permiso de mi jefe, el día 15 de ese mes de diciembre cogí un avión de vuelta a mi querida Europa. Después de un viaje agotador, llegué a Madrid después de hacer escala en Filadelfia y en Ámsterdam. A Madrid llegué en la tarde del día siguiente, es decir, el día 16. Sandra me esperaba en su casa, donde me iba a quedar un par de noches para hacer acopio de regalos y ver algunos amigos. Después me fui a mi querido lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo demasiadas veces, donde me esperaban un par de cenas y comidas familiares, y donde la familia me preguntaba qué tal me parecía Arizona, si había visto a gente con armas y si había visto escorpiones y serpientes. También me preguntaban por mi nuevo jefe y qué tal se portaba… afortunadamente, hasta la fecha, se había portado bastante razonablemente.

navidad
Navidad de 2016 en casa de mi abuela materna

La parte más amarga de las navidades en mi familia, sin embargo, es el aniversario de la trágica desaparición de mi padre hace dos años, a la que hay que sumar también la de mi abuelo hace ya unos cuantos años más. Por eso mi abuela paterna, se pasa las navidades blasfemando y acordándose de la madre que parió a los que inventaron las navidades. Y es que, como siempre, nos venden en la tele que las navidades tienen que ser un tiempo mega feliz en familia, en el que toda la familia está unida y se quiere mucho. Sin embargo, como sabréis, y como probablemente habréis experimentado, eso NO ocurre en el 99.99% de las familias. Como dicen en mi pueblo, en todas partes cuecen habas.

Si hay otra cosa que tampoco echaba de menos de las navidades españolas, es el frío que hace. Hace falta abrigo gordo, bufanda, guantes, gorro, jerséis apropiados… En Tucson el invierno es algo anecdótico que sucede durante dos semanas como máximo en el mes de enero. Es rarísimo que las temperaturas bajen de cero grados. De hecho cuando pasa, los pobres saguaros, los cactus con brazos tan típicos de esta zona, se mueren congelados, y algunos caen al suelo. Esto no es ninguna tontería, teniendo en cuenta que pueden llegar a medir hasta 18 m de altura[1]. Moraleja: si vas a Arizona en invierno, por si acaso no aparques tu coche al lado de un saguaro.

Desafortunadamente, mi visita a España por navidad fue fugaz, exactamente 13 días. Así que el día 29 de diciembre con bastante tristeza cogí otro de esos aviones gigantes en el que atravesaría el océano Atlántico desde Madrid para llegar otra vez a Filadelfia, y de ahí a Tucson de vuelta, a dónde llegué a las 2 de la mañana de ese mismo día 29 en Tucson, las 10 de la mañana en España. Más de 24 h. Lo bueno de los viajes hacia el oeste, es que uno gana algunas horas con ello.

Durante esos días, mi amigo Albert, que estaba de postdoc en Pasadena y no había podido volver por navidad a casa, me escribió para venir a verme a Tucson. Eso fue genial, porque así yo también pude aprovechar para hacer un poco de turismo por mi propia ciudad y de paso, tener alguien con quien celebrar la venida del año nuevo. Fuimos al museo del desierto, al museo de los aviones, paseamos por el centro de Tucson… como cena de Nochevieja, nos limitamos a comer tortilla de patatas y ensalada,. Para qué más. Después nos fuimos a un bar de la calle 4ª a comernos las uvas y celebrar el año nuevo con Paola y Arthur. La gente a nuestro alrededor, la mar de variopinta, miraba de hito en hito a estos extranjeros comiendo uvas en mitad de un bar como si no hubiera mañana. Lo más curioso para mí fue, que después de aplaudir y tomar una copa de champar para “celebrar” el año nuevo, el bar se vació rápidamente, y a la 1 de la mañana ya empezaban a cerrar los bares de alrededor. Vamos, celebraciones, las justas. Y es que en este país, al contrario de España, la gente de lo último que vive es de hacer negocios relacionados con bares, bailar, pasarlo bien y tomar alcohol. Pero otro día hablaremos de su manía contra el alcohol, el tabaco, y los huevos Kinder, pero no contra las armas.

Con este breve ritual, dimos 2017 por bautizado. Ese 2017, que tantos retos me puso en el camino y que tanto me ha obligado a aprender.

[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Carnegiea_gigantea

2 respuestas a «A solas ante el Universo»

  1. Creo que las navidades ponen al descubierto lo que es el ser humano y sus contradicciones. Hay que ser feliz, pero no nos aguantamos ni a nosotros mismos…son fechas muy tristes en muchos casos. Eso sí, de hartarse a comer, como dices (ya conoces a Dña. Pili, como para no comerse todo lo que nos pone)…por otro lado, lo que no debes perder nunca es la ilusión por recibir regalos o por regalar…o por recibir una postal de felicitación (ya te pediremos la dirección postal). Es una tontería pero significa que, al menos una vez al año, una persona ha gastado un poco de tinta y tiempo en acordarse de ti para desearte lo mejor…y si cae algún regalo, mejor…aunque sean un par de calcetines (podría ser un relato, la ilusión del calcetín)
    Besitos, desde la primavera manchega y los cielos que pintara Jordaens…

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    1. Pues sí, exactamente, el ser humano y sus contradicciones, todo alimentado por el espíritu del Corte Inglés. Yo siempre he tenido una relación de amor-odio con las navidades. Últimamente, con lo que me quedo es con que al menos son vacaciones y que efectivamente, es una excusa para ver a gente o saber de gente con la que no puedes verte en todo el año.
      Besos desde la primavera-verano de Tucson, disfrutando, ¡ya que dentro de poco empezará a ser un infierno!

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